Arrastro un fuerte dolor de cabeza por los comentarios orgullosos de mi jefe en la primera y una buena indigestión de la mariscada con los clientes de la segunda. A la tercera me dio muchísima pereza ir.
En las tres siguientes la avaricia de mi cuñado el banquero, la envidia de los colegas del fútbol y la ira de mi mujer tras abrir su regalo y encontrarse una aspiradora han luchado por el primer puesto de mi lista odiada.
No puedo ahora evitar tener grandes expectativas por ésta última. A juzgar por las anteriores, el nivel de lujuria de esta última cena de Navidad será épica.
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