sábado, 8 de octubre de 2016

La trenza dorada

Bucear. Le ensimismaba la sensación de silencio y frío que le ofrecía el océano abierto: a veces esa soledad se rompía con la presencia inesperada de un pez cualquiera. Ella no era ninguna experta en biología submarina; en realidad ya no era experta en nada, pero le gustaba sentirse parte de aquello. De repente algo pareció moverse. Un cangrejo ermitaño, seguro que no era nada más, solo un hilo de pequeñas burbujas saliendo de aquella roca. No le dio importancia. Un ruido,  una especie de tintineo. Pensó otra vez en el dichoso incidente: aquel día en que su vida cambio inesperada e irreversiblemente. Ella ya estaba limpia, eso decían. La ventaja de desaparecer del sistema es que tus errores desaparecen contigo. A pesar de eso, a veces pensaba que no debía haber entrado en ese despacho.
Otra vez el ruido, y esta vez desde luego no podía haber sido un pequeño animal. Miró su bombona, no le quedaba mucho más tiempo. Un resplandor llamó su atención. Alargó su mano y agarró aquel objeto. Se encontró con que aquel brillo le mostraba que el pasado nunca se puede enterrar: ni siquiera en medio del Océano Indico. ¿ Cuáles eran las opciones de que aquello estuviera allí? No podía tratarse de un error. Cinco años atrás había jurado no volver a involucrarse. Había abandonado todo en aquella tercera planta subterránea del Museo Británico en Londres: su vida, su carrera y aquel maldito trozo de metal: la trenza dorada. Todo volvía a empezar.

3 comentarios:

  1. Espero con ansia la continuación!

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  2. Espero con ansia la continuación!

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  3. ¡Qué intriga! Me quedo con las ganas de leer todo lo que sucedió en el pasado...me encanta este fragmento, consigues mantener la incertidumbre :) También me gustan las sensaciones que describes sobre el buceo, frío, soledad, aunque también mucha vida y color tenemos en los océanos!

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