lunes, 6 de febrero de 2017

La peor de las palabras

La habitación irradiaba luz procedente de todas partes. Subió cansado las tres escaleras hasta su escritorio y sacó del bolsillo delantero de su pantalón de lino un smartphone color marfil. No tuvo que buscar en la agenda, el número estaba en la lista de llamadas recientes. Extraños tiempos éstos, pensó. Se sentó en el sillón de cuero blanco y esperó los seis tonos. Maldito Diablo, siempre seis.

-         ¿Qué hay de nuevo, viejo?

-         Esos modales, hijo, esos modales- dijo mientras ponía los ojos en blanco. Dejó pasar un segundo para intentar sonar convincente.- Verás, tengo una nueva propuesta que seguro que no podrás...

-         Mira, ya sabes lo que hay. Los negocios son los negocios. Habrás oído que tengo nuevos socios capitalistas. Y que están interesados en mi proyecto.

-         Eh… Sí, sí, claro. Estoy al tanto. –Agarró la calculadora que estaba en el escritorio y comenzó a apagarla y encenderla con gesto nervioso. – Creo que puedo subir mi oferta. Todos tenemos un precio, ¿no?- Se llevó la mano izquierda a la cara, arrepintiéndose de aquella última frase.

-         Bueno, bueno, bueno, Dios mío. ¿Con que todos tenemos un precio?- Aquella voz cada vez contenía más sorna.- Eso sí que no me lo esperaba. Y dime, ¿cuál es el tuyo?

No contestó. Sólo agachó la cabeza y se quedó fijo mirando las desgastadas alpargatas de cuerda. Unas diminutas gotas de sudor aparecieron en su frente y luego en su nariz.

-         Nadie es imprescindible, ¿verdad? Tú lo sabes bien. Los tuyos te han fallado. No debiste dejar el trabajo importante en manos de otros.

-         ¿Cómo te atreves?- intentó sonar duro, aterrador, como en los viejos tiempos, pero sólo sonaba ridículo, y él mismo se daba cuenta.

-         Ahora soy yo el que puede proponer. Vacaciones pagadas, todo a mi cargo. Pero yo me quedo al mando. – Intentó interrumpirle pero al otro lado del teléfono sonó la peor de las palabras- Jubilación. Lo necesitas y lo sabes.

-         Pero, yo…todavía puedo…

-         Mira, en 100 años volvemos a hablar. Al fin y al cabo, ¿qué es un siglo para nosotros?- Con un chasquido, el teléfono quedó en silencio.

El viejo se levantó y agarró el asa de su maleta de flores tropicales que ya había preparado antes de la llamada. Dejó el móvil en el escritorio, pulcramente alineado con la calculadora.

De repente, comenzó a tronar.

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