lunes, 12 de diciembre de 2016

Animalario

Se les podría considerar generalmente domésticos, salvo contados y asilvestrados especímenes. Los que viven entre nosotros dedican su vida a facilitarnos la nuestra. Cuidan del orden en la casa y preparan nuestra comida. Poco más piden a cambio, a excepción de un gesto de cariño de vez en cuando, o quizá a ratos un poco de aire libre (del que ellos por si solos no saben disfrutar). Nosotros solemos gentilmente procurarles esas nimias solicitudes, ya que el trato nos es sin duda favorable.

Son casi inmortales. A nuestros ojos, pasan los años sin dejar huella aparente en su rostro: a lo más, una arruga más marcada aquí o algún cabello gris allá. En suma, se pudiera decir, desde fuera, que son nuestros fieles vasallos. Sin embargo, tantos años de convivencia, generación tras generación, han hecho que estrechemos lazos por encima de esta servidumbre. Por tanto, podríamos los perros reconocer que también amamos a los humanos.

lunes, 28 de noviembre de 2016

La gota y la isla

LA GOTA

Una gota. Otra, y después otra más. El suero cae sin prisa desde la bolsa trasparente por el delgado tubo. Su viaje acaba en un brazo sin más adorno que una pulsera blanca con su apellido y unos insípidos números. Su piel, tan suave, disimula todo lo que el cuerpo ha pasado las últimas 48 horas. Cansada, en la moderna cama articulada, mira a la mesita auxiliar verde. Ignorando los pitidos de las máquinas que la cuidan y el vasito de plástico con tres pastillas se fija en la foto de su nieta. A través de la amplia ventana de marco granate puede ver el inmenso pinar y un tímido sol de invierno. A lo lejos, la sierra le descubre la primera nevada del año. Tras tantos días de lluvia, la vida le hace un guiño. Lo has conseguido, se dice, has ganado otra batalla.

LA ISLA
Ni una sola nube sobre la isla blanca. Un cielo turquesa que, desde su hamaca de lino, sólo se ve interrumpido por unas cuantas hojas. Sigue con la mirada ese camino verde hasta llegar al centro de la palmera, donde un ágil mulato está encaramado usando un cansado machete. Deja caer los cocos en la arena, mientras un compadre los recoge en un saco gris. Alarga el brazo hasta la mesita de madera oscura para coger su piña colada. Toma el último trago de la pajita azul que le refresca la garganta. Levanta la muñeca mostrando su nueva pulsera, que ahora luce un All inclusive en letras fucsia. Y de esta manera, piensa para sí, es como se celebra una victoria.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Cuatro haikus de otoño

Frío fuera.
Tus ojos encienden
un recuerdo.

Buscando un sol
ruido de cigüeñas
Otoño tardío.

Risas de niña
que salta en los charcos.
Vuelvo a creer.

Al atardecer,
líneas rojas en el cielo.
Nadie las pinta.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Un futuro brillante

El viento entra por la ventana rota del aula. Agita los cuadernos olvidados sobre los pupitres, mientras la pizarra aguarda a que alguien termine de explicar la lección. El reloj torcido sobre la puerta hace tiempo que marca las 7:20. La corriente de aire se cuela por el pasillo y encuentra su salida hasta el patio, donde empuja a un quejicoso columpio azul. Los árboles del parque se agitan a sabiendas que ahora ellos gobiernan la ciudad. La hierba, de más de un metro de alto, baila sincronizada golpeando una fila de coches aparcados frente una lavandería. En ella, una secadora, aún con ropa dentro, cuenta los días de un calendario en el que siempre es Marzo de 2011. El viento mueve la puerta de un supermercado, haciendo sonar una campanilla alegre que no asusta a los clientes, todos ellos de cuatro patas.

Hasta el propio aire quiere huir de allí. Pasa por debajo del cartel blanco con letras azules dónde todavía se lee "La energía nuclear es la energía de un futuro brillante."

domingo, 23 de octubre de 2016

Octubre

Me aferro al verano. Hace ya años que se marchó, pero no lo quiero aceptar.
Dejo las zapatillas mojadas fuera y busco unos calcetines secos. En mi ya perdida batalla cedo, y dos camisetas hoy serán mi pijama.
Me encierro en la cocina donde la caldera ya se queja de nuevo. El vaho conquista el vidrio de la ventana y no me importa. Me empaña de la humedad que habita fuera.
Deshago el chocolate puro con canela. A fuego lento, no tengo prisa, ¿habría de tenerla? El aroma amargo y las gotas del tejado insisten en que el tiempo pasa. Lleno una taza de chocolate y arrastro los pies y tu recuerdo. Me siento, y apoyo las piernas en la otra silla siempre tan vacía. Bebo un humeante trago que intenta, sin éxito, reconfortarme.
El olor a tierra mojada no es el mismo que el de aquel agosto. Pero es otoño, es normal, dices desde tu eterno verano. Tu eterno e insolente verano.

sábado, 8 de octubre de 2016

La trenza dorada

Bucear. Le ensimismaba la sensación de silencio y frío que le ofrecía el océano abierto: a veces esa soledad se rompía con la presencia inesperada de un pez cualquiera. Ella no era ninguna experta en biología submarina; en realidad ya no era experta en nada, pero le gustaba sentirse parte de aquello. De repente algo pareció moverse. Un cangrejo ermitaño, seguro que no era nada más, solo un hilo de pequeñas burbujas saliendo de aquella roca. No le dio importancia. Un ruido,  una especie de tintineo. Pensó otra vez en el dichoso incidente: aquel día en que su vida cambio inesperada e irreversiblemente. Ella ya estaba limpia, eso decían. La ventaja de desaparecer del sistema es que tus errores desaparecen contigo. A pesar de eso, a veces pensaba que no debía haber entrado en ese despacho.
Otra vez el ruido, y esta vez desde luego no podía haber sido un pequeño animal. Miró su bombona, no le quedaba mucho más tiempo. Un resplandor llamó su atención. Alargó su mano y agarró aquel objeto. Se encontró con que aquel brillo le mostraba que el pasado nunca se puede enterrar: ni siquiera en medio del Océano Indico. ¿ Cuáles eran las opciones de que aquello estuviera allí? No podía tratarse de un error. Cinco años atrás había jurado no volver a involucrarse. Había abandonado todo en aquella tercera planta subterránea del Museo Británico en Londres: su vida, su carrera y aquel maldito trozo de metal: la trenza dorada. Todo volvía a empezar.

jueves, 6 de octubre de 2016

Infancia sin "e"

Un recuerdo sin e's: un r3cu3rdo.

Dos años. Solo dos y aún así claro a mis ojos llaman los sonidos: la Ciudad Condal con mi familia: doctor, ruido, ignorancia.

Palabras sin nexo

Un desafío: escribir una historia improvisada mientras palabras aleatorias tienen que encajar en tu relato. Sin tiempo para pensar. Un minuto.

Todo lo que podía oír eran ecos. Ruidos difusos como sombras en noche cerrada.
No estaba asustado, pero los pensamientos corrían rápido en su mente como un río descontrolado. Aquello debía ser como el que trata de resolver una adivinanza sin más pistas que un libro en un sótano abandonado. Cualquier sensación del exterior era como oro, un doblón de oro encontrado en un barco pirata olvidado. No podía sentirse uno más, uno de nosotros. No ahora.